sábado, 22 de septiembre de 2018

Hoy, hace 4 meses...


Hoy hace 4 meses pisé suelo peruano en una travesía que siempre he sentido como algo que debía hacer tarde o temprano, a su debido tiempo y en sus debidas circunstancias. Elegí hacerlo por tierra, aunque podía haberlo hecho por aire, mi intuición me lo indicaba, necesitaba vivirlo de la manera en que lo viven muchos de mis compatriotas, tenía que conocerlo con bases para poder saber si lo que se hablaba era cierto o no.

Fue muy duro. La primera travesía para llegar a Colombia fue intensa, mirando en diferentes estados del país la desesperación de las personas por subir a camiones que reemplazan a los medios de transporte convencionales, las alcabalas de la Guardia Nacional requisando las maletas, pero no para detectar contrabando sino para robar. Preguntando a cada quien cuanto carga y a dónde se dirige para robar los pocos dólares que pueda cargar esa persona consigo y dejando en la vía a uno que otro por no caer en el juego, por no “colaborar”.


En Colombia no fue tan distinto, me tocó pasar casi dos días haciendo una cola en actitud casi de súplica para sellar mi pasaporte y pasar a Ecuador, pegándome a personas desconocidas para no congelarnos, viendo como algunos se desmayaban mientras que el personal de migración y algunos periodistas nos fotografiaban y se reían. Fue allí cuando por primera vez estuve a punto de regresarme y abortar los planes, hasta que mi hija y Janeth, a pesar del dolor que sentían por nuestra separación me dijeron: “Sigue, tú puedes”. Fueron mis doulas, y tomando en cuenta que Eva ha acompañado no pocos partos junto a nosotros, sé que lo fueron literalmente.

El paso por Ecuador fue más grato y respetado, sin embargo, fue igual de tortuoso a la hora de sellar los documentos y no dejé de sentirme como alguien que debía algo, con el trato despectivo que ya algunos funcionarios, obviamente insensibilizados y mecanizados nos daban.


Finalmente llegué a Perú. Se suavizó un poco la cosa, pero tampoco fue grato el paso fronterizo. Allí viví una prueba de fuego que me hizo comprobar que este viaje era una re-creación de mi propio duro y conflictivo nacimiento, el cual ya me había tocado recordar en mi formación de Renacedor. Me dijeron, de manera despectiva y brutal, que debía viajar en el baño o quedarme a riesgo, que no había otra manera de que me llevaran a Lima ese día, a pesar de que había pagado mi pasaje completo y con anticipación.  Fue muy duro, llevaba 6 días casi sin dormir y con poco alimento e hidratación, me sentía vejado, irrespetado, tratado como un prisionero aún sin haber cometido ningún delito. Fue allí cuando por segunda vez pensé seriamente en regresarme y volver a mi vida, aún con la difícil situación que atraviesa mi país, situación que me llevó a tomar esta decisión después de casi dos años de haberlo considerado, incluso con algunas ofertas tentadoras y haber dicho siempre que no, que aún no.

Fue allí cuando me pregunté: ¿Y no es esto lo que sueles ver en muchos partos? ¿No te consta a ti que cuando se cree que ya no se puede y se pide, a veces a gritos, anestesia o cesárea, es cuando ya el bebé está cerca, cuando el parto está a poco de feliz término?

 

Acepté viajar "en el baño", saqué de mi maleta (de la que ya me habían robado algunas cosas en el transcurso de este viaje) el libro “El Amante Cósmico” de Paramahansa Yogananda y pasé todo el trayecto conversando con su imagen, la que aparece en la portada. Llorando, orando… pero también agradeciendo a Dios, cuya presencia jamás en mi vida he sentido con tanta Fuerza como en ese preciso momento, uno de los momentos más terribles y humillantes de mi vida. De toda mi vida.


Luego llegué a Lima, renací, terminó el expulsivo. No hizo falta cesárea esta vez. No nací con asma y deficiencia hepática esta vez. No fui tratado con violencia en el postparto esta vez, ni fui llevado a cuidados intensivos, aunque no puedo negar que mi alma se encontraba en un estado en que quizá lo requería.
Acá en Lima fui recibido con Amor y calidez desde el primer día. No voy a decir que ha sido fácil, pero tampoco puedo obviar lo bendecido que he sido en esta nueva etapa de mi vida.

Aún lloro, mirando a Yogananda, pero me consuelo en su lectura. Extraño mucho a mi familia, a mi Tribu, a mis perritas y a mis gatos. Mis libros sé que me extrañan, mi sillón sé que también está incompleto. Las personas que acudían a mi consulta y a la Lomita siempre me escriben y me desean lo mejor, aunque uno que otro me ha confesado que esperaba que me quedara allá, a lo que he respondido: "Yo también".


Me aferro ahora más a la Esperanza, a la entrega a mi trabajo, que no se ha detenido ni un solo día, a pesar de los contratiempos. El saber que Janeth y Eva estarán pronto conmigo me impide dudar a estas alturas. Y el haber tenido y seguir teniendo a tanta gente hermosa y colaboradora alrededor, tendiendo la mano, dándonos apoyo y hasta "doulándonos" me demuestra que la vida siempre, SIEMPRE, te devuelve aquello que has dado, especialmente si lo has hecho de manera desinteresada.

Mi llegada a Lima y lo que ha venido luego lo contaré en otra nota, por hoy sólo quería compartir mi reflexión sobre algunas cosas vividas en la primera travesía de esta nueva etapa, quizá para drenar y para llorar (pero de amor y gratitud) un poco. ¡Sí que me hacía falta!

Hoy, a 4 meses, y a mucho extrañar, no quiero cerrar sin darte las gracias. Sí a ti, tú sabes por qué. Gracias por tanto. Ojalá podamos (los tres) un día retribuirte con creces.
¡Me amo, te amo, nos amo!


Por Elvis Canino Doula